Distillations magazine

Unexpected Stories from Science’s Past
October 16, 2025 Environment & Nature

Mulas de fuerza

Desempacando imperios y diáspora en México y Estados Unidos.

Ilustración de tres hombres azotando, empujando y tirando de una mula con una cuerda en un camino.
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ANDAR CON PASO FIRME FUE CLAVE para la cotidianidad del imperio, conforme se movían el poder y los productos de un lugar a otro. Los imperios, sin importar su tamaño y alcance, no atraviesan el territorio de una sola zancada sino paso a paso y por senderos traicioneros.

El conquistador a lomo de caballo ofrece una imagen de cómo el colonialismo se movió a lo largo y ancho de las Américas, pero ni el caballo ni el conquistador tuvieron la destreza suficiente para escalar cordilleras o navegar hileras de plantaciones; al menos no con tanta habilidad como las mulas y sus guías negros e indígenas. Los caballos ofrecen velocidad, estatus social y, ocasionalmente, coraje. Sin embargo, sus zancadas son muy largas e inconsistentes para cargar grandes pesos en condiciones extremas. Para ello, los imperios necesitaban mulas.

La mula es un híbrido: la cría de un burro (Equus asinus africanus) y una yegua (Equus caballus). Aquí, el sexo importa: debido al vientre más pequeño de la burra, su cría con un caballo produce un equino genéticamente idéntico pero más pequeño llamado burdégano (conocido como mula roma en partes de Latinoamérica). Las cerca de 160 razas de mulas que hay hoy en día en todo el mundo son resultado de la respuesta a esta distinción sexual y al comercio global.

Desde sus debatidos orígenes en Turquía, Egipto o Etiopía hace miles de años, las mulas han acompañado a muchas y variadas comunidades y culturas. Aparecen muy temprano en el Antiguo Testamento, así como también en tumbas egipcias junto a faraones. Atravesaron los Alpes con Aníbal y sus famosos elefantes, y cruzaron el Atlántico con los conquistadores Cristóbal Colón y Hernán Cortés, quienes las convirtieron en motores del imperio, especialmente en México.

Óleo de una hilera de mulas de carga escalando una montaña nevada empinada.
The Mule Pack, del artista estadounidense Frederic Remington, ca. 1901.

Los imperios español y portugués viajaron a través de las Américas en mulas. En Europa, los iberos dominaban la cultura mulera. Domesticaban y cruzaban a sus burros y mulas en las tierras altas semiáridas de los Pirineos, en un estilo de crianza que se adaptó bien a las altas planicies y montañas de México, América del Sur y el Oeste estadounidense.

Estos animales fueron diseñados para sobrevivir terrenos y tareas retadoras. La visión, tamaño de patas, estabilidad y audición de las mulas las hace mejores animales de trabajo que los caballos y los bueyes. Su paso regular también las hace más fáciles de montar. La gente que trabaja con ellas tiende a coincidir en que “las mulas poseen la sobriedad, paciencia, resistencia y paso firme del burro, así como el vigor, la fuerza y el coraje del caballo”. Además, tienen piel y cascos más duros que los caballos, y en promedio pueden cargar 5% más de su peso corporal. Sus cascos están mejor equipados que los de los bueyes para cruzar pastos de praderas y pueden soportar mejor el impacto y abrasión de terrenos rocosos y pedregosos, así como la incertidumbre de caminos lluviosos o cubiertos de nieve.

Los angloparlantes usualmente se refieren a los cuidadores y conductores de las mulas como muleteers. En las Américas, se les conoce por muchos otros nombres: los latinoamericanos los denominan arrieros en español y arrieiros en portugués. Y por varios nombres indígenas: dos ejemplos son oztomeca pixqui en Nahuatl y apiri en Quechua. Aun así, mulero o arriero no se traducen de la misma manera ni correctamente entre culturas y regiones indígenas. Globalmente e históricamente, la mayoría de las mulas responden al llamado de los arrieros. Para 2021, más de la mitad de las mulas del mundo vivían en la América de habla hispana, y un tercio de ellas en México; lo anterior tiene todo que ver con el imperio español, la esclavitud y el capitalismo racial.

Impresión a color de un mapa de México, con una ilustración de una hilera de mulas viajando por las montañas en la esquina superior derecha.
Mapa de México del Atlas Ilustrado de Arbuckles de las Cincuenta Principales Naciones del Mundo, 1889.

La historiadora Elinor Melville relata cómo una “plaga de ovejas” devastó ecosistemas en Nueva España tras su reproducción rápida y descontrolada. Pero mientras que la oveja demostró ser un arma accidental de conquista, las mulas fueron herramientas calculadas. A diferencia de la mayoría de ganado, las mulas no pueden reproducirse. En cambio, el cruce de mulas aumentó a la par con la expansión ibérica de minas y plantaciones coloniales, así como con los trabajadores racializados que manejaban a estos animales para el imperio (luego, esos trabajadores usaron las mulas para expulsarlo).

Los misioneros jesuitas, grandes terratenientes e importantes inversionistas en el comercio de esclavos llevaron las prácticas de cría a nuevos niveles a través de los arrieros que cruzaban y trabajaban su ganado y que, en su mayoría, eran indígenas y negros. A lo largo de los siglos XVII y XVIII, los jesuitas criaron mulas para plantaciones y minas desde México hasta Argentina. La extracción colonial impulsó la variación en las mulas tanto como lo hizo el paisaje: las minas produjeron mulas mineras y las plantaciones mulas de plantación. Los jesuitas adaptaron sus haciendas al norte de Ciudad de México para criarlas para plantaciones de azúcar en Morelos. En las áreas secas de Zacatecas y Durango, las cruzaron para minas de plata. En Brasil, donde los portugueses en el siglo XVIII establecieron una cultura de las mulas alrededor de la minería de oro, trenes de estos animales criados por jesuitas y llamados tropas cargaban oro al sur de Río de Janeiro. Incluso más al sur, en Río de la Plata, los jesuitas producían mulas en las praderas semiáridas de Argentina para enviarlas a las minas de plata en Bolivia y Perú.

Si la ganadería jesuita formó a las mulas de Latinoamérica, el ambiente diverso de la región hizo a los arrieros. Oficiales del siglo XVI en México fueron testigos de una “clase genuina de muleros indios” para liderar a estos equipos de animales. No era suficiente con saber cómo arrear de 20 a 200 animales. Los arrieros eran producto de largos procesos de aprendizaje con hombres rudos y una tierra aún más agreste, incluyendo una educación en ecosistemas locales y en cómo estos microclimas van cambiando a medida que se suben montañas o se baja a valles. Amarrar la carga de manera segura a mulas que van trepando cordilleras y bosques densos no era una tarea fácil. Para prevenir lesiones y ajustes constantes, empacar las mulas apropiadamente era una “muestra de destreza superior” que requería “buen juicio y mucha práctica”. Los arrieros también tenían habilidades de veterinarios, herreros y recolectores. Conocían los paisajes más navegables y nutritivos y cómo curar la mordida de una serpiente o una herida profunda.

Un testigo de la década de 1850 describió cómo los arrieros recordaban “caminos secretos entre los árboles” para regresar a casa. Otro observador entendía la arriería como una “ocupación única” que involucraba un “relacionamiento completo con la región montañosa, los sitios de acampada, las zonas de pastoreo, [y] el estado de los caminos y arroyos”. Testificaban cómo los arrieros “dependen completamente del pasto para alimentar a sus animales en la ruta, excepto durante el punto máximo de la temporada seca”. Cuando la tierra no podía proveer para sus mulas, los arrieros dependían de comunidades que cultivaban maíz y designaban a algunas para transportar esto en vez de otra carga. Estos personajes eran el pegante entre plantaciones y puertos, con comunidades más remotas. Ayudaron a transformar paisajes poco poblados en sociedades coloniales vivas y palpitantes. Se convirtieron en “canales a través de los cuales fluían noticias y rumores en áreas rurales”, lo cual ayudó a reclutar insurgentes para movilizarse en contra de los españoles. Sin embargo, así como Paul Revere durante la Revolución Estadounidense, los arrieros hicieron más que sonar una alarma. Sirvieron como oficiales de inteligencia y militares en la resistencia al imperio.

Foto en blanco y negro de grandes grupos de mulas cargadas con arrieros en un corral rural.
Mulas de carga utilizadas en operaciones mineras en el estado de Minas Gerais, Brasil, 1885, del fotógrafo brasileño Marc Ferrez.

Guerrero puede ser reconocido por muchas cosas.

Localizado en la costa suroccidental de México, el estado es la región topográficamente más irregular en el país. Guerrero tiene más montañas que planicies. La Sierra Madre del Sur abarca todo su territorio, dejando solamente 20% de tierra plana para agricultura comercial. Este vasto ecosistema montañoso es un epicentro de biodiversidad, abarcando bosques de niebla en sus picos más altos, bosques de pino-encino entre los 1.900 y 2.500 metros, y bosques tropicales secos a menores elevaciones.

Guerrero también es único gracias a las más altas concentraciones de afrodescendientes en México. Durante el siglo XVI, la población cercana a los 200.000 africanos esclavizados en Nueva España excedía de lejos a los españoles y fue, durante mucho tiempo, la población negra más grande de las Américas. Los descendientes africanos jugaron roles críticos en Guerrero y en el resto de Nueva España como trabajadores de plantaciones y minas, milicianos costeros y arrieros. Era usual que, en su condición de afrodescendientes previamente esclavizados, los arrieros terminaran conectados con la emancipación y la movilidad social. Esta última conectaba los tres paisajes laborales —plantaciones, minas y costas (a través de los puertos)— con los pueblos indígenas y comunidades afrodescendientes emancipadas que se ocultaban en los bosques y colinas.

Pintura de un hombre con uniforme militar con una bandera mexicana y un cielo oscuro al fondo.
Vincente Guerrero, por el artista mexicano Anacleto Escutia, 1850.

Guerrero también es uno de los dos estados mexicanos nombrados en honor a los arrieros de descendencia africana que lucharon contra el imperio español: Vicente Guerrero y José María Morelos. Antes de hablar el lenguaje militar, Vicente Guerrero hablaba los idiomas del paisaje, la liberación y las poblaciones locales indígenas. Guerrero usó sus habilidades como arriero para ejecutar una guerra de guerrillas contra los españoles y eventualmente se convirtió en el primer presidente afroindígena en las Américas. Al igual que otros arrieros que lucharon contra el imperio español en la década de 1810 en lo que hoy son Perú y Colombia, tanto Guerrero como Morelos confiaban en su conocimiento íntimo de los ambientes y comunidades en el sur de México para movilizar tropas y evadir a las fuerzas españolas. De acuerdo con el historiador Peter Guardino, el apoyo de los arrieros a la insurrección parece estar arraigado en su resentimiento hacia la dominación comercial de los mercaderes españoles en Ciudad de México y Acapulco. Sin importar su motivación, la independencia no habría ocurrido cuando ni como lo hizo sin la ayuda de los arrieros, especialmente aquellos que movilizaron a los comuneros afrodescendientes.

Los insurgentes no eran los únicos refugiándose en los escarpados picos y valles de Guerrero. Desde hace mucho se sabe que la Sierra Madre del Sur ofrece un santuario a mariposas monarca migratorias, aunque los científicos entienden cada vez más que las montañas también protegen a cerca del 43% de todas las especies anfibias de México, 34% de todas las especies reptiles y cientos de otras especies endémicas.

Mapa simple de México con los estados delineados y puntos rojos dentro de cada uno.
Distribución por estado de los 2.6 millones de mulas en México en 1970. Cada punto representa 1.000 mulas. Con 230.000, Guerrero poseía la tercera mayor cantidad de mulas. Hoy hay casi 3.3 millones de mulas en México.

Desafortunadamente, la gente conoce a Guerrero más por el turismo, la violencia y las industrias extractivas. Acapulco vive en la imaginación de muchos como un sitio de palmeras pintorescas, playas blancas y aguas azules. Para otros, sin embargo, es la ciudad más grande en un estado conocido por el cultivo de drogas, el crimen organizado, pandillas con una rivalidad feroz y miles de personas desaparecidas.

Incluso antes de que Acapulco ganara su reputación, las autoridades mexicanas asumían que Guerrero era un lugar malo en donde cosas malas —y frecuentemente negras— pasaban. El sociólogo Armando Bartra acuñó el término “Guerrero bronco” para describir cómo los políticos y oficiales militares han tenido el imaginario del estado como una región ingobernable desde el periodo de la independencia. Un bronco o cimarrón es un caballo salvaje, con lo cual se busca aludir a Guerrero como un estado indomable, rudo y sin pulir, en donde la violencia reemplaza la presencia del Estado y el desarrollo económico. No es coincidencia que el término cimarrones fuese también asignado a esclavos autoemancipados. Sin embargo, el trabajo de Bartra articula precisamente lo contrario. Encontró que la violencia en Guerrero es producto del desarrollo y la presencia del estado, no de su ausencia. De esta manera, la mula —la cual es producto de la intervención y del desarrollo más que cualquier otro animal— es un testigo material de violencia y raza en Guerrero.

Foto antigua en blanco y negro de un hombre en una carreta cargada con una pila de largas piezas de madera en una calle de arquitectura colonial española; una sola mula tira de la carreta.
Transporte de madera por el centro de La Habana, ca. 1910–1930.

Por la época en que Vicente Guerrero empezó a movilizar sus trenes de mulas en contra del Imperio Español, Latinoamérica tenía la mayor proporción de mulas por persona en el mundo y la cultura alrededor de ellas era central en la vida afroindígena.

La cultura mulera americana inicialmente siguió los altibajos de las ganancias mineras. A pesar de que la arriería se convertiría en un aspecto autosostenible de las comunidades y la movilidad indígena y afrodescendiente, tanto el racismo como el costo de las mulas las hacían prohibitivas. Los españoles mantenían un monopolio en el comercio de mulas e impusieron restricciones a las exportaciones de asnos y mulas a poderes coloniales rivales. Estás eran usualmente más costosas que los caballos en las colonias americanas a pesar de que su cuidado era menos intensivo en capital, y la mayoría de los arrieros no tenían cómo pagarlas para ser propietarios. En cambio, un sistema de alquileres ataba a los arrieros a terratenientes y mineros ricos. Muchos oficiales coloniales también prohibían a las comunidades afrodescendientes e indígenas poseer y usar equinos, pero su capacidad de control era limitada.

La negritud y las ideas sobre negritud formaron la arriería. La mayoría de transferencia del conocimiento en las Américas llegó a los afrodescendientes de parte de las comunidades indígenas, quienes tenían experiencias generacionales con plantas, animales y climas del Nuevo Mundo. Sin embargo, la cultura mulera se dio en la otra dirección.

Ilustración a color de un hombre montado en una mula, con el látigo alzado, arreando otra mula cargada con pasto.
Acuarela sin título que representa a un arriero peruano, atribuida al artista afroperuano Francisco “Pancho” Fierro, ca. 1848.

El cuidado africano del burro tiene miles de años de antigüedad, lo cual explica parcialmente por qué los oficiales en las colonias usaban fuerza de trabajo africana para trabajar ganado en las Américas. Un pensamiento similarmente racista sobre una percibida resistencia de los africanos a enfermedades —que los iberos utilizaron como arma para justificar la esclavitud— también fue adoptada para obligar a los africanos a estar cerca del ganado. Pero esta forma racista de pensar era torpe y se terminó tropezando consigo misma. Así como los pedazos marginales de tierras agrícolas cedidas a las personas esclavizadas para crecer su propia comida, las ocupaciones atadas a las mulas se convirtieron en espacios en donde estos podrían emanciparse, aunque fuera parcialmente. Transportar productos desde las plantaciones a los puertos y desde las comunidades a los mercados les dio a los arrieros control sobre su tiempo y fuentes de comida; les enseñó cómo vivir independientemente de la tierra y a refugiarse del Estado colonial. Como arrieros, quienes habían sido esclavos podían conocer el paisaje, construir comunidad e incluso —como conspiradores contra el gobierno colonial— liberar a otros.

La arriería ofrecía otros tipos de movilidad. En el México colonial, convertirse en arriero era una de las maneras en que las personas que habían sido esclavizadas escalaban en la “pirámide social”. Este camino era especialmente familiar en Veracruz y Guerrero, en donde las economías de plantación concentraban sus regímenes racistas de trabajo. Pero la subida era tan escarpada e irregular como las de las montañas, llena de barrancos y cañadas de prejuicio racial.

Ocho pinturas de diversas parejas raciales dispuestas en una cuadrícula.
Detalle de una pintura de castas anónima del siglo XVIII que representa jerarquías raciales coloniales españolas.

La palabra del latín para mula (mulus) es la raíz etimológica para “mulato”, el término para una persona con mezcla española y africana en el sistema de casta colonial, un esquema jerárquico basado en la herencia racial. La palabra mula sigue teniendo una connotación negativa en el México de hoy. Como lo indica la historiadora Isabelle Schuerch, las pinturas del siglo XVIII sobre castas ofrecían indicaciones visuales sobre las mezclas de razas, incluyendo imágenes de mulas y arrieros en representaciones de personas de herencia africana.

Cuando la esclavitud y el sistema colonial de castas fueron abolidos tras la independencia en 1821, el gobierno mexicano se movilizó alrededor del mestizaje (la mezcla racial de herencias española e indígena) como una identidad de unificación nacional. En consecuencia, dejó de reconocer la distinción de ser mexicano de ascendencia africana. Aunque el prejuicio racial hacia la comunidad afrodescendiente se mantuvo, el reconocimiento oficial de la comunidad prácticamente desapareció. Entre 1829 y 2020 fueron creados algunos registros oficiales sobre la presencia negra en México, cuando defensores de los afromexicanos abogaron con éxito para que se auto identificaran en los formularios del censo. Como Guerrero tiene las concentraciones más altas de afrodescendientes en México, la pérdida de historia fue especialmente marcada allí.

Portada ilustrada de un libro que muestra a un hombre tocando una guitarra mientras una mujer escucha, con una mula y un granero al fondo.
Portada de Mules and Men de Zora Neale Hurston, una colección de folclor afroamericano publicada en 1935.

La mula, un archivo y testigo material del imperio y el poder, nos ayuda a llenar ese vacío. Como tal, podemos analizar las mulas como indicadores de la experiencia negra en la diáspora. Caminan con cuidado, son conductoras firmes de la historia de la raza, el imperio, la agricultura y la minería en México, el sur de Estados Unidos y más allá.

Es famosa la afirmación de Zora Neale Hurston que “las mujeres negras son las mulas del mundo”. En la lectura que hace Joshua Bennett de la obra completa de Hurston, sostiene que “la mulidad atraviesa el texto como un análisis del poder”. Dialogando con Hurston, Bennett destaca que, como una “metonimia útil para reflexionar sobre la naturaleza de la vida social negra”, las mulas y la mulidad pueden representar tanto el poder opresivo como la fuerza y resistencia.

Después de un siglo de disminución en la propiedad de tierra y actividad agrícola negra, la promesa de “40 acres y una mula” aún resuena entre las personas negras tratando de reconectar con la tierra. Pero, ¿qué pasa si también reconectamos con las mulas? ¿Qué pueden enseñarnos ellas sobre la historia negra de tierra y la violencia en los Estados Unidos? Haciendo un paralelo con la historia de los arrieros en México, la de las mulas en los Estados Unidos está tan íntimamente atada a la minería y las plantaciones como a la movilidad negra y la vida post emancipación. Y de la misma manera, las mulas norteamericanas ayudaron a reestablecer las mismas jerarquías de racismo que lentamente habían desmantelado.

Fotografía en blanco y negro de un hombre guiando un arado tirado por una mula en un campo.
Un comunero algodonero en el condado de Greene, Georgia. Fotografía de Dorothea Lange, 1937.

A la par con las categorías raciales, la mula les dio a los industrialistas un lenguaje para la hibridez, lo que a su vez influyó el trabajo y las escalas de producción.

En 1779, el inventor inglés Samuel Crompton diseñó la spinning mule (conocida en español como mula hiladora), una innovación clave de la Revolución Industrial que permitió la producción en masa de hilo de alta calidad. La mulidad inspiró la manera en que Crompton combinó dos tecnologías anteriores de producción de hilo: la jenny, que hilaba varios hilos a la vez, y la hiladora hidráulica, que usaba rodillos para estirar las fibras. El híbrido de Crompton permitía que un solo operador pudiera manejar una gran cantidad de husos de manera simultánea. La amplia adopción de la mula hiladora fomentó el cultivo de algodón, lo que en consecuencia alimentó la demanda por fuerza mulas en las plantaciones de este producto.

Foto en blanco y negro de un niño descalzo manipulando hilo conectado a una gran máquina de hilado en una fábrica.
Un niño devanando hilo en la sala de hilado con una mula hiladora en la fábrica de algodón Chace en Burlington, Vermont, 1909.

Las mulas que eventualmente poblaron las plantaciones de algodón en el sur inicialmente vinieron de Nueva Inglaterra a través de España. Como agrupación de colonias británicas, Nueva Inglaterra funcionaba como centro de cría de caballos destinados a las plantaciones de azúcar de los ingleses en el Caribe. A pesar de que España había restringido el comercio a las colonias británicas por generaciones, después de la Guerra de la Revolución el rey de España le obsequió al presidente George Washington un asno semental llamado Royal Gift, cuya descendencia revolucionó la fuerza de trabajo en los Estados Unidos y le mereció a Washington el título de “Padre de la Mula Americana”.

Anuncio de periódico que dice: “Se necesitan caballos para embarque”, acompañado por una ilustración de un caballo.
Anuncio para comprar caballos trotadores de Rhode Island para plantaciones en la colonia holandesa de Surinam, Providence Gazette and Country Journal, 7 de enero de 1764. Los criadores de Nueva Inglaterra suministraron muchos de los caballos de trabajo para las plantaciones azucareras del mundo atlántico.

Washington visualizó la cultura de la mula propagándose a través de los Estados Unidos, pero estas ganaron mayor tracción en los paisajes de las plantaciones. A medida que el comercio legal de esclavos llegaba a su fin a principios del siglo XIX y la demanda por fuentes alternativas de fuerza de trabajo se disparaba, los granjeros de Nueva Inglaterra criaban cada vez más mulas para exportación al Caribe y el sur de Estados Unidos.

La transición no fue inmediata. Durante gran parte del siglo XIX, los registros históricos de Estados Unidos parecen revelar más referencias al spinning mule que a las mulas en sí mismas, pero entre 1850 y 1860 las poblaciones de mulas en el Sur Profundo saltaron de 266.000 a 529.000.

El 16 de enero de 1865, cuatro días después de discutir el asunto de la emancipación con 20 ministros negros en Savannah y tras su triunfal Marcha hacia el Mar, el general de la Unión William Tecumseh Sherman emitió la Orden de Campo Especial No. 15 para empezar la redistribución de tierra confiscada en parcelaciones de 40 acres para los miles de personas que estuvieron esclavizadas. A esto le siguió una orden que autorizó al ejército a dar mulas en préstamo a los granjeros emancipados. Juntas, estas directivas son el más probable origen de la promesa incumplida de “40 acres y una mula”.

¿Y cómo es que las mulas se convirtieron tan rápido en un símbolo de emancipación para el pueblo negro? La respuesta corta es el algodón: de todas las variedades de mulas —de azúcar, de minería, de jale, de carga— las de algodón eran las más comunes. La respuesta larga es el racismo: las mulas también nos enseñan de la blanquitud y de la negritud en los Estados Unidos.

Dos imágenes: a la izquierda, una foto en blanco y negro de una mula con las partes etiquetadas; a la derecha, una ficha diseñada para evaluar las cualidades de esas partes.
Las partes de una mula y un detalle de una hoja de evaluación de mulas, de Mule Production, un Boletín del Agricultor (USDA), 1949.

El historiador George Ellenberg insiste en que no había nada particularmente romántico sobre el vínculo entre las mulas y los campesinos negros, fueran esclavizados o libres. El amor y el odio definían la relación. La supremacía blanca era una celestina entusiasta, sugiriendo cómo el poder de la mula y el poder negro se complementaban. Este arreglo equiparaba a los caballos con autoridad, poder y capataces. Montar y manejar mulas era un trabajo de negros.

Emparejar la cultura de la mula y el trabajo negro producía más utilidades blancas y poder que la libertad de los negros. En 1856, la famosa revista Southern Cultivator publicó otra entrega de un debate en curso, “Fuerza de mula vs. Fuerza negra–Una vez más”. La mayoría de los dueños de plantaciones coincidían en que las mulas “responden a todas las mejoras necesarias para las plantaciones” y que había dinero para hacer en criar mulas; sin embargo, ellos mismos discutían acerca de cuánto podría ganarse. En respuesta a sugerencias para expandir el arado, un autor preguntó: “¿puede la mula recoger algodón? Si no es así, ¿qué ganancia tendríamos al cultivar todo el planeta y perderlo?… ¿Acaso no tiene el jornalero que seguir a la mula?”. Ellos creían que un “sistema de fuerza de mula” sería más favorable “si en vez de dedos tuviéramos maquinaria para recoger [algodón]”.

Foto en blanco y negro de dos hombres conduciendo una carreta cargada con verduras por un camino de tierra con árboles al fondo. Un par de mulas está enganchado a la carreta.
El Jesup Agricultural Wagon del Instituto Tuskegee, una “escuela móvil” diseñada para llevar conocimientos agrícolas a agricultores negros, ca. 1906.

Así como el arriero mexicano, los campesinos negros ganaron cierto nivel de movilidad social a lomo de mula. Ellas eran un recurso clave en la Reconstrucción Negra. Antes de que el Instituto Tuskegee tuviera tierras o dinero, tuvo una mula. Fue la primera donación de Tuskegee. El Carro Agrícola Jesup de la escuela, halado por un par de mulas, era un símbolo de progreso negro. Según Jarvis McGinnis, autor de Afterlives of the Plantation, el profesor George Washington Carver utilizó el Carro Jesup para hacer una biblioteca itinerante que llevaba libros y lecciones de agricultura desde Tuskegee a campesinos negros en toda Alabama.

Ser dueño de una mula podía brindar a un granjero arrendatario más libertad para seleccionar entre cultivos de hilera. Una mula grande también consume cerca de tres quintos de la comida que necesita un caballo para realizar la misma labor. Pero a pesar de ser más baratas para mantener que los caballos, ser dueño de una mula estaba lejos del alcance de la mayoría de los campesinos negros. Así como los arrieros negros, la mayoría solo podía pagar para rentar sus mulas, las cuales rápidamente se convertían en pasivos y deudas. Para la época en que la cosechadora mecánica empezó a reemplazar a los comuneros negros en la década de 1930, la población sureña de mulas había llegado a cerca de 6 millones y estaba declinando por sí sola debido a otras tecnologías que hacían más eficiente el trabajo: tractores y camiones.

Foto antigua en blanco y negro que muestra un gran equipo de mulas tirando de una hilera de carretas a través de un paisaje desértico montañoso.
Un equipo de 20 mulas en Death Valley, California, transportando bórax desde Harmony Borax Works hasta el ferrocarril cerca de Mojave, California, ca. 1883–1889.

La fuerza de la mula ayudó a la industria a imaginar lo que la fuerza de las máquinas podría ser. La cultura mulera, sin embargo, se esparció por el mundo de manera inconsistente. Las mulas equinas son tan escasas en Gran Bretaña, que cuando los granjeros ingleses hablan de mulas, probablemente se refieren a una oveja híbrida. La ausencia de la cultura de la mula siguió al imperio inglés hasta las Américas; el monopolio español sobre las mulas significó que muy pocas trabajaban en plantaciones coloniales en el Caribe o en la Norteamérica británica. Al mercadear su motor de vapor a los territorios ingleses sin mulas, James Watt fue estratégico al comparar el poder del motor con el animal más cercano y preciado del país. De haber sido Watt español o portugués, podríamos haber tenido motores medidos en mulas de fuerza.

Diagrama ilustrado de un caballo tirando de un peso de 150 libras conectado a una polea, con una nota al pie que dice: “1 Caballo de Fuerza Equivale a 220 x 150 o 33,000 Libras pie por minuto”.
El cálculo de la potencia de caballo, de un manual técnico del Departamento de Guerra de Estados Unidos, 1941.

Un caballo no equivale a una unidad de caballos de fuerza. El caballo de fuerza, una medida definida por Watt en 1782, se refiere a la potencia sostenida de un motor. En tiempo y peso, esto cuantificaba un caballo de fuerza como “la cantidad de trabajo requerida por un caballo para halar 150 libras de un hoyo o pozo minero de 220 pies de profundidad”. La potencia máxima que puede producir este animal es cercana a los 15 caballos de fuerza, pero en un día, la producción promedio de un caballo de carga es de aproximadamente un caballo de fuerza. Los motores evolucionaron alrededor del concepto del caballo de fuerza, pero en la práctica estos frecuentemente coexistían con las mulas. Incluso a medida que la innovación expandía las fuentes de energía que podía dominar un motor, muchos continuaron atados al poder mulero.

Las mulas cargaron muchos de los motores diseñados para reemplazarlas. Algunos ingenieros reconocieron esta ironía, construyendo máquinas que podían intercambiar los caballos de fuerza —a combustión— por mulas de fuerza —por halado—. En las plantaciones de azúcar de finales del siglo XIX, desde Luisiana hasta Mauricio, las cargadoras a gasolina como la Moline podían cambiarse fácilmente a fuerza de mulas con un ajuste rápido de la soga de izado. Si la gasolina escaseaba o era muy costosa, un operador de Moline podía intercambiar su motor de gasolina de tres caballos de fuerza por una mula.

Anuncio estilo revista de un tractor con huellas tipo tanque en la parte trasera y ruedas al frente. Un eslogan dice: “Liviano, durable y flexible”.
Anuncio de un tractor Bates Steel Mule, de The Tractor Field Book, 1919.

Las mulas también cargaron gran parte del peso en la introducción desigual de la energía eléctrica durante principios del siglo XX. Al oeste, las compañías mineras hacían análisis costo-beneficio para comparar el costo de remolcar carbón con locomotoras eléctricas o mulas. Con el tiempo, estos cálculos favorecieron a la electricidad, pero el trabajo de convertir las montañas mineras a electricidad dependía del paso firme de la mula y el conocimiento arriero del paisaje.

Las fronteras cambiaron, pero los arrieros permanecieron. Los arrieros mexicanos y sus mulas de carga fueron formas de poder probadas y resistentes durante la expansión hacia el oeste que siguió tras la intervención estadounidense en México (1846 – 1848) y la transferencia de 55% del territorio mexicano a los Estados Unidos. El ejército estadounidense destacó a las mulas españolas y mexicanas en reportes extensivos, pero habló menos de los propios arrieros. A pesar de su silencio, el ejército demostró respeto a través de la imitación, copiando el diseño de los aparejos arrieros. Y por el tamaño considerable de las poblaciones afromexicanas en Baja y Alta California en la década de 1840, incluyendo al gobernador afromexicano Pío Pico en el norte, los arrieros de ascendencia africana atravesaron de manera segura la región e hicieron parte de quienes suplieron hombres y maquinaria para la guerra contra las poblaciones indígenas y abrieron el camino para la plata y cobre de la región.

La mula de fuerza y los arrieros subieron caballos de fuerza a las montañas y bajaron minerales y madera. A medida que los equipos se hacían más pesados, los ingenieros empezaron a desarrollar una nueva clase de maquinaria dividida en secciones que las mulas pudieran manejar. De acuerdo con un artículo de Industrial Progess en 1909, “El desarrollo de la minería y los aserríos en las regiones remotas de las Montañas Rocosas… y los distritos montañosos aislados de Asia, África y Australia, ha sido posible solamente gracias a la introducción de la maquinaria seccional para el transporte a lomo de mula y de hombre”.

Foto en blanco y negro de dos mulas tirando de una gran carreta de ruedas de madera con un objeto metálico rectangular encima. Al fondo hay colinas rocosas y árboles.
Un equipo de mulas transportando un transformador a la Electra Powerhouse, una presa hidroeléctrica en el río Mokelumne, condado de Amador, California. Fotografía de Edith Irvine, ca. 1902.

Imagine un motor Corliss de 40.000 libras, porcionado en más de cien secciones de 375 libras, manufacturados para una compañía minera en México, su fabricante diseñando cada pieza de acuerdo al número de arrieros en el área, para las condiciones ambientales locales, y la fuerza y experiencia de las mulas locales. Una mula tiene que habituarse a ese tipo de peso denso e implacable. El volumen y la masa cambia cómo se siente el peso. 375 libras de metal compacto presionado contra el cuerpo pueden desgarrar la piel de maneras en que el mismo peso, pero en alimentos, jamás lo haría.

Luego está la longitud. En el caso de las cargas que los ingenieros no podían dividir, un arriero debía alinear varias mulas de forma segura y estable. Podían requerirse 12 mulas para transportar un cable de 2.300 pies de largo y ⅞ de pulgada de grosor; 26 mulas para un cable de una pulgada del mismo largo. Bajar incluso cantidades moderadas de madera por la ladera de una montaña podía requerir miles de horas mula.

Un par de fotos: una muestra a una mula con una gran pieza de equipo en forma de rueda sobre el lomo; la otra muestra a hombres con sombreros cargando a una mula con una pieza de maquinaria minera.
Mulas cargadas con maquinaria minera seccionada en Durango, México, de Mining and Scientific Press, mayo de 1909.

Según William Faulkner, las mulas acaban vengándose por tanta carga. Una mula, escribió, “trabajará diez años de buena gana y con paciencia por ti, con tal de tener el privilegio de darte una patada una vez.” Pero muchas mulas mineras nunca obtuvieron su retribución. Después de 16 meses de mover 2.500 toneladas de material entre 5 y 6 horas al día, una compañía informó que habían muerto 38 mulas.

Algunas empresas consideraban que el transporte con mulas era demasiado científico como para “dejarlo al arriero [local]”. Pero los arrieros, a su vez, también cuestionaban a los fabricantes de maquinaria seccional y a los empresarios que exigían moverla. No era raro que los arrieros se negaran rotundamente a transportar equipos demasiado pesados. Un artículo de 1909 en Mining and Scientific Press reconocía que “un buen arriero seleccionará casi instintivamente la carga más adecuada para la mula y también equilibrará la carga a la perfección”. Pero ese mismo buen arriero podía “negarse absolutamente, a cualquier precio” a mover paquetes demasiado pesados o a destinos demasiado peligrosos. Algunos observadores creían que los arrieros podían ser tan tercos como las mulas. Pero, al igual que ellas, la terquedad del arriero podía ser una resistencia calculada, reflejo de inteligencia y experiencia.

Los registros históricos rara vez capturan el conocimiento o los sentimientos de los arrieros, pero podemos ver en quejas empresariales que se sabía que los arrieros dejaban cargas problemáticas “esparcidas a lo largo del camino”. El imperio no siempre gana.

Jayson Maurice Porter es un escritor medioambiental y profesor adjunto de historia en la Universidad de Maryland, College Park.

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